La fuerza de no recibir ayuda
“La ayuda que no recibí fue la que más me ayudó”
A veces, la ausencia de una mano extendida es la mejor lección que la vida te puede dar. En más de una ocasión me he visto esperando una respuesta, un consejo, una guía. Pero, para mi sorpresa, lo que no llegó fue lo que más me enseñó. La ayuda que no recibí fue la que me impulsó a buscar mis propias soluciones, a encontrar fuerza en mi interior y a dejar de depender de las respuestas de los demás.
Es curioso cómo funciona la vida: los momentos en los que más esperé que alguien me dijera qué hacer, fueron los momentos en los que encontré mi propia voz. El consejo que nunca me dieron, fue el que, de alguna manera, ya estaba dentro de mí, esperando ser escuchado. Y es que, a veces, la falta de orientación externa es lo que nos obliga a mirar hacia adentro y escuchar lo que ya sabíamos, pero no queríamos admitir.
No estoy diciendo que no necesitemos a los demás. Pero, en mi caso, aquellas veces en las que nadie vino al rescate fueron las que más me moldearon. Me hicieron entender que mi propio instinto y mi capacidad para tomar decisiones son las herramientas más poderosas que tengo.
Así que hoy, cuando miro hacia atrás, agradezco esos silencios, esas manos no extendidas, esos consejos no dados. Porque gracias a ellos, encontré mi propio camino. Y lo mejor de todo es que me enseñaron una lección invaluable: la ayuda que más vale es la que nace desde dentro.
¿Miedo al compromiso o simplemente no tengo tiempo?
¡Ay no, ay no, no no, no. La verdad es que la soltería no es un castigo, es una elección, y no, no es que esté huyendo del compromiso ni que tenga miedo a enamorarme.
La realidad es más sencilla: ¡no tengo tiempo! Entre tres maestrías, mi carrera, mis hijos, mi perro, y todo lo que me apasiona, ¿en qué momento puedo meter a alguien más en mi vida? Me encanta compartir con mis amigos, esos cercanos que me llenan el alma. Ir de compras, pasar tiempo en casa, ver a mis hijos crecer y recibir el cariño de mi perro son momentos que me hacen sentir plena.
Esos son los amores de mi vida ahora mismo. No es que no me interese conocer a alguien, es que sinceramente no tengo espacio en mi agenda ni en mi mente para interactuar con alguien que esté fuera de mis intereses. ¡Es como pedirle a un avión que aterrice en una pista en construcción! He escuchado tantas veces: “pero deberías conocer a alguien, deberías darte una oportunidad”. Y yo solo pienso: "ay no, no no no", porque eso suena como una distracción que ahora no puedo permitirme.
Mi vida está llena, plena, y la energía que tengo prefiero usarla para seguir creciendo, disfrutando de lo que ya tengo y amando la libertad de hacer lo que quiero, cuando quiero.
Quizá en otro momento cambien las prioridades, pero por ahora, mi amor más grande es por mis proyectos, por lo que estoy construyendo y, por supuesto, por mi círculo más cercano. Y esa, señores, es una relación en la que no hay espacio para compromisos ajenos.
¿Por qué esperar un diagnóstico para ver a los amigos?
Hoy recibí una llamada de una amiga muy querida. No era una llamada cualquiera, era una de esas que marcan un antes y un después. Me pidió que la ayudara, no porque no tuviera opciones, sino porque solo confiaba en mí para hacerlo. El motivo de su confianza es uno que ninguna de nosotras esperaba: un diagnóstico de leucemia.
En ese momento me detuve a pensar cuántas veces posponemos un café, cuántas veces dejamos de lado un encuentro, y lo relegamos con un “luego te llamo” o un “la próxima semana nos vemos”. Vivimos en un mundo tan apresurado que olvidamos lo esencial: el tiempo compartido, las risas, los silencios cómplices, los momentos sin más propósito que estar juntos.
Nos hemos acostumbrado a encontrarnos en momentos duros, cuando las pruebas nos golpean de frente. ¿Por qué no podemos darnos el regalo de vernos cuando todo está bien, cuando aún hay salud y risas? ¿Por qué esperar un diagnóstico para retomar una amistad que nunca debimos dejar en pausa?
Hoy me propongo algo, y te lo propongo a ti también: no esperes a que las malas noticias sean la razón para volver a ver a tus amigos. Llámales, visítales, haz ese tiempo para que, cuando llegue cualquier tormenta, la base de su relación esté más firme que nunca.
Porque los amigos no solo están para las despedidas, ni para las malas noticias. Los amigos están para cada respiro, para cada paso, y para recordar que el cariño no entiende de diagnósticos. Solo de presencia.
Así que hoy, ve y abraza a los tuyos. Que las buenas noticias también se celebren en compañía.
Se rompieron mis zapatos
En el ultimo congreso en Santiago de los Caballeros, me veía impecable como siempre, cuidando cada detalle. Llevaba dos pares de zapatos para cada ocasión: unos elegantes stilettos en blanco perla para el día, y otros mostaza brillantes para la noche. La mañana fue un éxito. Todos me elogiaban los hermosos zapatos blancos, y yo me sentía segura, poderosa… hasta que uno de ellos decidió que su tiempo había llegado. Se rompió sin aviso, como una despedida inesperada. Respire profundo y con mis ojos llenos de temor decidí revisar y allí estaban, sí rotos y no solo el derecho, también el izquierdo.
Me tome unos segundos para analizar la situación y las opciones; salí disimuladamente hasta el parqueo del local busque en mi pequeña maleta que todos ustedes conocen y me los cambie por algo mas simple. No sacaba de mi mente el suceso, pero nada, las charlas me envolvieron y me calme.
No importaba, me dije. A la cena con mi amigo y su pareja iría aún mejor, con esos stilettos mostaza que tanto adoraba. Al entrar al restaurante, noté las miradas de admiración de las mujeres, todas fijas en mis preciados Stilettos. Pero, justo en el momento más glorioso de la noche, sentí el fatídico crujido: el segundo par también me traicionó. Ahí estaba yo, con mis zapatos favoritos destrozados, víctima del desuso y el paso del tiempo. Me di cuenta de que, por más que los amara, su momento había pasado.
Explote de la risa y comencé juntos a mis amigos hacer bromas sobre mi desdichada fortuna con mis adorados zapatos.
Al día siguiente, con una agenda llena de compromisos, decidí aceptar la realidad y me puse mis tenis blancos recién adquiridos. Eran sencillos, pero modernos, y con ellos me sentí tan cómoda como elegante. Para mi sorpresa, nuevamente recibí cumplidos, esta vez por mi estilo relajado y fresco. Tanto en persona como a través de mis redes sociales varios me hacían comentarios sobre mi outfit: "que bien me veía, que chula la combinación de mi conjunto de animal print y mis tenis, que donde los compré".
Todo salió super bien, disfrute el último día de congreso, me reí como hacia tiempo pues me reencontré con mis colegas Cibaeños, que como siempre son gente tan atenta y cariñosa. Llegó el momento de la despedida y camine a mi auto y cuando abro la puerta para ocuparlo, allí me encuentro en el asiento del pasajero, esos dos pares de zapatos listos para ser desechados. Dios, como lo pensé, incluso busque el numero de una zapatería famosa de aquí de la capital que he llevado anteriormente una que otra pieza para ponerle las "tapitas", pero este no era un problema de tapitas, ya no daban para mas.
De verdad que sentí tristeza y melancolía, pero me llene de valor los agarre con amor como si fueran nuevos y junto con una botella de agua vacía y unos papeles de recibos innecesarios, me baje del auto y los tire en el zafacón que estaba en el parqueo, volví a mi auto y me regrese a la capital. no les voy a negar que vine todo el camino con canciones de Anthony Rios pero lamentando tan hermosa perdida.
Esa experiencia fue un recordatorio de que a veces nos aferramos a lo que ya no sirve, a lo que, aunque haya sido valioso en su momento, ha cumplido su propósito. Así como mis zapatos viejos, algunas cosas en la vida simplemente deben dejarse atrás. Es fácil sentir nostalgia por lo que fue, pero la verdadera resiliencia está en saber aceptar el cambio, en abrazar lo nuevo con la misma confianza que nos dio lo antiguo.
Dejar atrás lo que ya no encaja en nuestro presente no significa perder algo, sino abrir espacio para lo que está por venir. Los tenis blancos eran una señal de que el confort y la modernidad podían coexistir con la elegancia. Así es en la vida: lo nuevo puede ser igual de valioso, o incluso mejor, si lo aceptamos con los brazos abiertos y la mente despejada del pasado.
Cuando el pasado te llame, no atiendas
Hay llamadas que nunca deberíamos contestar. No me refiero a esas que llegan en horas inoportunas, sino a las que vienen desde lo más profundo de nuestro pasado. Esas que, con la suavidad engañosa de una voz familiar, intentan arrastrarnos de nuevo hacia un dolor que creímos superado. Y si el pasado te llama, si te susurra al oído con promesas vacías y recuerdos manipulados, recuerda: no atiendas.
El pasado puede ser un lugar cruel. Puede arrastrarte de vuelta a noches de lágrimas contenidas, a días donde el sol no parecía brillar para ti, porque todo lo que conocías y amabas se había desmoronado. Es en ese momento, en ese cruce de caminos, donde una decisión cambió tu vida para siempre.
Él prometió estar contigo, construir una vida, una familia. Juntos habían soñado con un futuro lleno de risas infantiles, de domingos en familia, de proyectos que harían del "nosotros" algo más grande que la suma de sus partes. Pero cuando ella apareció, una sombra con labios rojos y promesas tan vacías como su corazón, todo se derrumbó.
Ella no tenía sentido de familia. Para ella, un hogar no era más que una palabra, no el refugio sagrado que tú habías construido con tanto esfuerzo. Pero él, cegado por una ilusión efímera, tiró todo por la borda. Se fue, sin mirar atrás, sin pensar en los ojos llenos de esperanza, en las noches en que te quedabas despierta, velando por un futuro que él destruyó en un instante.
Y aquí estás, reconstruyendo las piezas de lo que quedó. Cada día es una batalla, pero también es un triunfo. Porque aprendiste a levantar la cabeza, a caminar con la dignidad que solo una madre puede tener.
Pero a veces, el pasado quiere regresar. Quiere hacerte olvidar los días oscuros, los sueños rotos, las promesas vacías. Quiere que recuerdes los momentos buenos, aquellos en los que pensabas que todo iba a estar bien. Es en esos momentos cuando más fuerte tienes que ser. Pero no hay nada en ese pasado que valga la pena recuperar. No hay llamada que justifique el dolor, no hay disculpa que sane las cicatrices.
El pasado puede intentar seducirte, pero tú ya no eres la misma. Ahora sabes que mereces más. Sabes que no puedes permitirte retroceder, porque todo lo que has ganado en este tiempo es demasiado valioso como para dejarlo ir.
Cuando el pasado te llama, no atiendas. No te dejes atrapar por la trampa de la nostalgia maldita. El presente y el futuro que estás construyendo son mucho más poderosos. Tú y tu familia son un equipo invencible, y no hay nada en ese pasado que pueda ofrecerte algo mejor que lo que ya tienes: la fuerza de haber sobrevivido, de haber crecido, y de haber encontrado en ti misma la valentía para seguir adelante.
31-08-2024
Las cuatro C's que tienes que abandonar para avanzar en tu vida
En este camino de superación personal, nos encontramos con muchos obstáculos; algunos de ellos son tan sutiles que no nos damos cuenta de cómo nos afectan. Hoy quiero hablarte de cuatro hábitos que he identificado y que, si no los abandonamos, pueden detener nuestro crecimiento. Yo las llamo las “Cuatro C's”.
1. La primera es:
Chismear: una trampa de energía negativa ¿Te has dado cuenta de lo fácil que es caer en el chisme? Es casi como un reflejo, especialmente cuando estamos con amigos o colegas. Pero lo que a menudo olvidamos es que el chisme no solo afecta a los demás, sino también a nosotras mismas. Nos envuelve en una energía negativa, y, poco a poco, nos aleja de nuestros propios objetivos. Así que, la próxima vez que te veas tentada, piensa en cómo esa conversación puede influir en tu vida. Enfócate en hablar de ideas, de sueños, de proyectos. Las conversaciones que realmente nos enriquecen son aquellas que construyen, no las que destruyen. El chisme es un círculo en donde hablar negativamente de los demás dice más de ti que de ellos.
2. Complacer a todo el mundo: un peso que no tienes que cargar ¿Cuántas veces uno ha dicho “sí” cuando realmente quiere decir “no”? Vivimos en una sociedad que aplaude el sacrificio, pero en realidad, complacer a los demás constantemente solo nos desgasta. No estamos aquí para cumplir con las expectativas de todos. Es momento de priorizar nuestras propias necesidades, de escuchar esa voz interna que sabe lo que realmente es bueno para nosotras. Decir “no”, no es egoísmo; es autocuidado. Y cuando empezamos a cuidarnos, todo en nuestra vida mejora.
3. Compararte con los demás: el ladrón de la alegría Las redes sociales han hecho que compararse sea casi inevitable. Vemos a otros y comenzamos a dudar de nosotras mismas, de nuestros logros, de nuestro camino. Pero lo que no vemos es que cada una de nosotras está en un capítulo diferente de su historia. Compararte solo te roba la alegría del momento presente. En lugar de eso, celebra tu progreso, por pequeño que parezca. Recuerda que tu viaje es único, en las redes sociales solo publicamos los buenos momentos. Todos pasamos por situaciones, problemas, bajas, caídas, como queramos llamar a los malos momentos, pero toda esa fantasía de redes solo queda en Instagram. Preocúpate por vivir una vida real.
4. Controlar: aprender a soltar es liberador Si hay algo que he aprendido, es que la vida es impredecible. Intentar controlarlo todo solo genera ansiedad y frustración. A veces, lo mejor que podemos hacer es soltar. Soltar la necesidad de controlar cada detalle, cada resultado, y confiar en que todo se va a resolver de la mejor manera posible. Cuando dejas de lado la necesidad de control, encuentras paz, y en esa paz, es donde realmente comienza el crecimiento.
Reflexión final
Abandonar estas cuatro C's no es fácil; todas estamos en constante aprendizaje. Pero es un paso necesario para avanzar hacia una vida más plena y auténtica. Es un recordatorio de que el crecimiento personal es un viaje, no un destino, y que en ese viaje, somos libres de dejar atrás lo que ya no nos sirve.
28/8/2024
El ejercicio como ritual de empoderamiento: Más allá de sudar, se trata de sentirse bien
En un mundo donde el “ajetreo” y la búsqueda constante de éxito nos consumen, encontrar un espacio para nosotros mismos se ha convertido en un acto de resistencia. Y ahí es donde entra el ejercicio, no solo como una herramienta para mantenernos en forma, sino como un ritual diario de empoderamiento personal. Sí, es cierto, sudar y mantenerse activa tiene sus beneficios físicos obvios, pero lo que a menudo se pasa por alto es el impacto mental y emocional que una rutina de ejercicio puede tener en nuestras vidas.
El poder de la constancia
Cuando hablamos de ejercicio, solemos centrarnos en los resultados visibles: tonificación, pérdida de peso, aumento de fuerza. Pero, ¿qué pasa con los resultados invisibles? La constancia en el ejercicio nos enseña disciplina, nos reta a superar nuestras propias expectativas y, lo más importante, nos da una sensación de logro que va mucho más allá de lo físico. Cada vez que te levantas para hacer ejercicio, estás reafirmando tu compromiso contigo mismo. Ese pequeño acto de constancia tiene un efecto dominó que se refleja en cómo enfrentamos otros desafíos en la vida diaria.
Crear una rutina que realmente disfrutes
Uno de los mayores errores al comenzar una rutina de ejercicio es seguir lo que está de moda sin preguntarnos si realmente nos gusta. El verdadero “cool” está en encontrar una actividad que te haga sentir bien, que disfrutes, y que esperes con ansias. Puede ser una clase de yoga que te permita desconectarte, una sesión de HIIT que te haga sentir poderosa, o una caminata al aire libre que te reconforte.
Mas que sudar, se trata de sentirnos bien.
En medio del caos diario y las exigencias de la vida, encontrar un espacio para nosotros mismos se ha vuelto un lujo, pero mas que un lujo, debemos convertirlo en prioridad. Aquí es donde el ejercicio entra en juego, no solo como una manera de mantenernos en forma, sino como un ritual de empoderamiento que va muchos mas allá de las calorías quemadas.
la constancia que transforma.
Imaginate esto: tu despertador suena antes de que salga el sol, y, aunque la tentación de quedarte en la cama es fuerte, te levantas, te pones esos pantalocintos que te hacen ver invencible y te prepararas para sudar. En ese momento no solo estas eligiendo moverte hacia tus metas, tus sueños, y, sobre todo, hacia tu bienestar.
La constancia en el ejercicio no solo moldea nuestro cuerpo, moldea nuestra mente. Cada repetición, cada kilometro recorrido, cada gota de sudor es una prueba de que somos capaces de superar cualquier obstáculo. Esa disciplina que construyes en tu rutina de ejercicios no se queda en el gym; te acompaña en cada desafío que enfrentas fuera de él.
Encuentra tu propio ritmo
El mundo fitness esta lleno de modas y tendencias que cambian a cada momento, pero la verdad no le veo sentido a eso, no seguir las ultimas rutinas que se ven en las redes sociales, sino mas bien hacer lo que te hace sentir bien.
Crea tu espacio
No necesitas un gimnasio de ultima moda para inspirarte. Lo puede hacer en casa en donde puedas ejercitarte a tu manera puede ser igualmente motivador. Un rincón con un par de pesas, una esterilla y conexión a YouTube puede convertirse en un gym de ultima generación.
El ejercicio es mucho mas que sudar. Es un ritual de empoderamiento, un acto de amor propio, una manera de recordarte que mereces sentirte bien, en tu cuerpo, en tu mente y en tu vida. Así que la próxima vez que te pongas tus tenis, hazlo con la intención de disfrutar, de cuidar de ti misma, y de celebrar todo lo que eres y todo lo que puedes llegar a ser.
22-08-2024
Soltar el control: Un camino de sanación para las mujeres empoderadas.
Vivimos en una era donde ser una mujer empoderada se ha vuelto sinónimo de tener el control absoluto, de ser fuertes, independientes y capaces de enfrentar cualquier desafío. Para muchas de nosotras, esta energía masculina, que nos impulsa a ser guerreras en un mundo que no siempre ha sido amable, ha sido nuestra mayor aliada. Nos ha permitido romper barreras, alzar nuestras voces y reclamar espacios que antes nos eran negados.
Sin embargo, este escudo que hemos construido, esta fortaleza que hemos edificado alrededor de nosotras, también puede convertirse en una cárcel invisible. En nuestra lucha por no mostrar vulnerabilidad, hemos adoptado una postura de rigidez, de control, que a veces es la manifestación de heridas profundas: la traición, el abandono, el miedo a ser lastimadas nuevamente.
Pero, ¿qué sucede cuando ese control que tanto nos ha servido empieza a asfixiarnos? Cuando sentimos que, a pesar de todo lo que hemos logrado, hay un vacío que no podemos llenar. Es en ese momento en el que necesitamos aprender a soltar.
Soltar el control no es rendirse, es confiar. Confiar en que, aunque bajemos la guardia, no seremos dañadas. Que el mundo no se desmoronará si no estamos a cargo de todo. Que está bien pedir ayuda, mostrar nuestras cicatrices, y permitirnos sanar. Soltar el control es un acto de amor propio, de darnos el permiso de ser humanas, de reconocer que no somos invencibles y que no necesitamos serlo.
¿Cómo empezamos a soltar?
Bueno el primer paso es reconociendo nuestras heridas. Entender que muchas de nuestras conductas controladoras provienen de un lugar de dolor. Es muy importante identificar esas heridas para sanarlas.
Permitiéndonos sentir. Hemos sido educadas para ser fuertes, pero ser fuerte también significa permitirnos sentir, llorar, y procesar nuestras emociones sin juzgarnos.
Abrazando la vulnerabilidad. Ser vulnerables no es un signo de debilidad, sino de coraje. Es aceptar que necesitamos a otros, que no estamos solas en nuestro camino.
Practicando el autocuidado. Darnos tiempo para nosotras, para conectar con nuestra esencia femenina. Esto puede ser a través de la meditación, la escritura, o simplemente disfrutando de momentos de calma.
Aprendiendo a confiar en los demás. Dejar que otros nos apoyen, nos guíen y nos cuiden, es parte del proceso de soltar. No siempre tenemos que ser las que lo hacen todo.
Al soltar el control, comenzamos a liberarnos de las cadenas que nos atan al miedo y al dolor. Nos damos la oportunidad de vivir desde un lugar de autenticidad, de amor y de paz. Dejamos de luchar contra nosotras mismas y empezamos a fluir con la vida, confiando en que, al final del día, todo estará bien.
Es un trayecto retador, pero indispensable. Porque no nos conformamos con solo subsistir; merecemos vivir a plenitud, en armonía y en paz con nuestra verdadera esencia.
20-8-2024
El valor de la derrota
A lo largo de la vida, no siempre nos toca ganar. A veces, por más que nos esforcemos, por más que pongamos todo nuestro empeño y corazón, la victoria se nos escapa de las manos. Nos toca perder. Y aunque la derrota no es algo que busquemos, es una experiencia que nos marca, nos moldea, y nos enseña mucho más de lo que imaginamos.
Vivimos en un mundo que aplaude el éxito, que celebra a los ganadores y nos hace creer que la derrota es algo de lo que debemos avergonzarnos. Pero la realidad es que perder es tan parte de la vida como respirar. Todos, en algún momento, hemos experimentado la amarga sensación de una meta no alcanzada, un amor no correspondido o un proyecto que no salió como esperábamos. Esos momentos son duros, nos dejan con el corazón hecho trizas, preguntándonos qué hicimos mal.
Cuando nos toca perder, lo primero que sentimos es dolor. Es un golpe directo al ego, a la ilusión de que teníamos todo bajo control. Nos invade la frustración y, a veces, hasta la desesperanza. Pero aquí es donde se esconde una lección valiosa: la derrota nos obliga a detenernos, a mirar hacia adentro y a preguntarnos qué es lo que realmente importa.
Perder nos hace humanos. Nos recuerda que no somos perfectos, que somos seres vulnerables, con miedos, inseguridades y límites. Esta vulnerabilidad, lejos de ser una debilidad, es lo que nos conecta con los demás, lo que nos permite ser compasivos y comprensivos. Al perder, aprendemos a valorar más las pequeñas cosas, a apreciar las victorias que antes dábamos por sentadas.
Y es que perder no es sinónimo de fracaso. El verdadero fracaso es rendirse, dejar que la derrota nos defina y nos impida seguir adelante. Cada vez que nos toca perder, se nos presenta una elección: podemos quedarnos en el suelo, lamentándonos por lo que no fue, o podemos levantarnos, sacudirnos el polvo y seguir caminando. Es en esa decisión donde reside nuestra verdadera fuerza.
Cuando nos toca perder, tenemos la oportunidad de aprender, de crecer, de descubrir aspectos de nosotros mismos que no conocíamos. Nos volvemos más resilientes, más sabios, más preparados para enfrentar lo que venga. Y aunque en el momento la derrota duele, con el tiempo nos damos cuenta de que fue una etapa necesaria, un paso más en nuestro camino hacia convertirnos en quienes realmente somos.
Así que, cuando te toque perder, no lo veas como el fin del mundo. Es solo una parte de tu historia, un capítulo que, aunque doloroso, te ayudará a escribir los siguientes con más claridad y propósito. Al final del día, lo que importa no es cuántas veces caemos, sino cómo nos levantamos, cómo seguimos adelante, y cómo transformamos nuestras derrotas en la fuerza que nos impulsa a ser mejores cada día. Sí, uno se siente avergonzado, pero la vergüenza nunca a matado a nadie. En una situación así les recomiendo comerse un helado.
18-08-2024
Cuando arriesgarse es la unica opción.
Arriesgarse es dar un paso hacia lo desconocido, con el corazón latiendo más rápido de lo habitual y las dudas rondando la mente. Es dejar la comodidad de lo seguro, esa rutina que nos envuelve en una falsa sensación de control, para lanzarnos hacia lo que deseamos de verdad. Sabemos que podríamos perder, que el fracaso está ahí, siempre acechando. Pero también sabemos que, si no lo intentamos, nunca sabremos qué habría pasado.
Es un impulso que nace desde dentro, una voz interna que susurra que vale la pena intentarlo, que el miedo no puede ser quien marque el rumbo de nuestra vida. Arriesgarse es darle una oportunidad a lo que anhelamos, a pesar del temor que produce pensar en lo que podríamos perder.
Y si bien el riesgo puede llevarnos por caminos difíciles, también nos abre puertas que de otra manera permanecerían cerradas. No se trata de lanzarse sin pensar, sino de confiar en nosotros mismos, en nuestra capacidad para enfrentar lo que venga, ya sea triunfo o derrota. Porque al final, lo más importante es saber que nos atrevimos, que no dejamos que el miedo decidiera por nosotros.
En esa valentía de arriesgarse es donde se encuentran las historias que realmente merecen ser vividas.
Haz esa llamada, llega a ese lugar, pásale tu número, di que sí, renuncia a ese trabajo, acepta esa propuesta, ve a ese viaje, ponte ese vestido, expresa lo que sientes. Corre el riesgo, siente esa sensación. No importa si no lo consigues pero y si lo logras. No dejes que el miedo te domine, hazlo con miedo pero hazlo. Al final esa sensación de “si lo consigo” o “si no lo logro” solo son eso. Sensaciones. Vamos hazlo.
Porque al final del día, no se trata de ganar o perder, sino de tener el valor de apostar por lo que de verdad quieres conseguir.
La fuerza detrás del estilo.
Este fin de semana pasado estuve en una actividad de moda. La verdad quedé impresionada del talento que existe en esta isla. ¡Qué buen gusto, cuánta sutileza y creatividad! Diseñadores dominicanos emergentes que parecen de otro planeta. 10/10. Vi la diversidad en los estilos de los diferentes profesiones pero que todos coincidieron en el gusto por la moda.
En un mundo donde la apariencia y la percepción juegan un papel crucial, el concepto de profesionalismo a menudo se asocia con ciertas normas y expectativas. Para las mujeres, estas expectativas pueden incluir no solo la competencia y el rendimiento, sino también la manera en que nos presentamos ante el mundo. Sin embargo, el profesionalismo femenino va mucho más allá de un código de vestimenta o la apariencia exterior; se trata de una combinación única de fuerza, resiliencia, empatía y, sí, estilo.
Las mujeres somos más que tacones y trajes.
Históricamente, el ámbito profesional ha estado dominado por una imagen rígida y a menudo masculina del éxito: trajes oscuros, posturas serias y una distancia emocional que se suponía necesaria para ascender en la jerarquía. Sin embargo, las mujeres han comenzado a redefinir estas normas, demostrando que la profesionalidad no está limitada a estas características.
Los tacones, por ejemplo, a menudo simbolizan elegancia y feminidad, pero para mí, representan algo más: una declaración de poder y confianza. Lejos de ser un símbolo de superficialidad, es una expresión de la fortaleza interior y la determinación de mantener el equilibrio, tanto literal como figurativamente, en un entorno profesional desafiante.
La feminidad ha sido erróneamente percibida como una debilidad en algunos contextos profesionales, pero la realidad es que puede ser una fuente inmensa de fortaleza. La empatía, la capacidad de nutrir relaciones, y una visión total de los problemas son cualidades a menudo asociadas con lo femenino y que son esenciales en el liderazgo moderno.
Al abrazar estas cualidades, las mujeres no solo estamos cambiando la definición de éxito profesional, sino que también estamos mostrando que el liderazgo efectivo y el profesionalismo no están reñidos con la feminidad. Es posible ser suave y fuerte, elegante y poderosa, emocional y racional.
El estilo personal es una extensión de nuestra identidad, y en el ámbito profesional, puede ser una herramienta poderosa para comunicar quiénes somos. Optar por vestimenta que nos haga sentir seguras y cómodas, que refleje nuestra personalidad, puede influir en cómo nos perciben los demás y, más importante aún, en cómo nos percibimos a nosotras mismas.
El verdadero profesionalismo no se trata de conformarse con un molde predefinido, sino de ser auténticas, de utilizar nuestra vestimenta y apariencia como una forma de expresar nuestra individualidad mientras nos mantenemos fieles a nuestros valores.
El viaje hacia esta redefinición es personal y único para cada mujer, pero es un viaje que vale la pena emprender. Al final del día, lo que realmente importa es cómo nos sentimos al caminar por la vida, con o sin tacones, sabiendo que la verdadera fuerza reside en nuestra capacidad para ser fieles a nosotras mismas en todos los aspectos de nuestra vida. Yo prefiero los tacones, pues me siento que con ellos subrayo mi esencia. Ser mujer