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9-12-2024
Dolor bloqueado, tacones puestos

Las anestesiólogas tenemos un truco bajo la manga: controlamos el dolor. Cuando alguien entra a quirófano con un problema que parece insalvable, tenemos el poder de inhibir la transmisión del dolor a nivel neuronal. ¿Cómo lo hacemos? Bueno, una combinación estratégica de medicamentos, conocimiento, experiencia… y, claro, un poco de magia profesional.

Pero, ¿qué pasa cuando el dolor no es físico? Cuando no hay catéteres ni bloqueos que puedan apagar ese eco persistente de recuerdos del pasado.
Ahí es donde comienza la verdadera cirugía: la emocional.

Así como usamos medicamentos para bloquear las señales de dolor en los nervios, podemos hacer algo similar a nivel emocional. No con jeringas, claro, sino con decisiones conscientes: soltar lo que no nos sirve, cortar de raíz pensamientos tóxicos, e inyectarnos dosis saludables de amor propio. Y lo mejor de todo: lo hacemos en tacones.

Porque superar el pasado no tiene por qué ser aburrido ni solemne. A veces implica bailar frente al espejo mientras te ríes de lo que algún día pensaste que sería el fin del mundo. Otras veces, simplemente decirte a ti misma: “Hoy no, drama. Estoy ocupada siendo espectacular.”

Y, al igual que en anestesia, esta técnica requiere precisión. No se trata de ignorar el dolor, sino de enfrentarlo con gracia, humor y firmeza. Aprender a recordar sin que duela. Entender que cada cicatriz es un recordatorio de lo lejos que has llegado.

Así que hoy, querida lectora, te invito a que anestesies esos pensamientos que te lastiman. Imagina que tienes el control del monitor de tu vida: ajusta las dosis, bloquea lo que no te deja respirar libre y despierta solo cuando estés lista para ver el mundo de nuevo… pero desde una versión más fuerte, más feliz y más tú.

Y, por supuesto, hazlo en tacones. Porque si algo nos enseñó la vida, es que el pasado solo nos define si decidimos caminar descalzas en él.
2/12/24
Para ser contrincantes, hay que estar en la misma categoría

En el manejo del dolor, cada medicamento tiene su lugar. Hay dolores leves que responden a un simple paracetamol, otros necesitan la fuerza de un opioide, y algunos requieren combinaciones específicas, como si el dolor tuviera su propia jerarquía. Pero, ¿alguna vez has visto a un opioide competir con un antiinflamatorio para probar cuál es mejor? No, porque cada uno sabe que su función es distinta, que su lugar no se disputa, sino que se complementa o, en ocasiones, simplemente no se cruzan.

Así pasa en la vida. Para que alguien se convierta en nuestro contrincante, tenemos que colocarnos en el mismo cuadrilátero, aceptar el juego y decidir entrar en el duelo. Pero, ¿qué pasa si no queremos competir? ¿Qué pasa si entendemos que no estamos en la misma categoría, no porque seamos mejores o peores, sino porque simplemente jugamos un partido distinto?

Los enemigos solo existen si les damos espacio en nuestra mente. Si les damos la llave para que vivan en el terreno de nuestras emociones. Pero, como en el manejo del dolor, uno elige qué arsenal usar, o si incluso merece la pena tratarlo. No todos los dolores necesitan nuestra atención, y no todos los conflictos necesitan nuestra energía.

No soy enemiga de nadie porque no me coloco en esa posición. No lucho por demostrar nada frente a otros, sino que camino en mi propio sendero. Para ser contrincantes, primero tendríamos que estar en la misma categoría, y, sinceramente, ya no compito. No hay fuerza mayor que la paz de quien entiende que el único rival verdadero es el que mira al espejo.

La próxima vez que alguien intente colocarse como tu contrincante, pregúntate: ¿estamos siquiera en la misma categoría? Y si no lo están, ¿para qué desgastarte? Algunos dolores no necesitan medicación, y algunos conflictos no merecen atención.
 
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Al final, el verdadero arte no está en vencer, sino en no entrar en batallas que nunca valieron la pena.
30-11-2024
Navidad: Solo con los que me quieren de verdad
Este año, mientras camino en mis tacones entre las luces del quirófano, me doy cuenta de algo importante: así como soy meticulosa en mi trabajo, también debo serlo con las personas que dejo entrar en mi vida. La Navidad no es una excusa para llenar espacios con gente que no suma; es el momento de comprometerme aún más con mi bienestar emocional, económico y, sobre todo, con mis bebés, que son mi verdadero hogar.

He aprendido que no necesito mesas llenas ni reuniones ruidosas. Lo que realmente importa son las personas que me miran con honestidad, las que saben quién soy más allá de mi bata y mis tacones, y que están ahí, incluso cuando las luces no brillan tanto. Esas personas que no solo me acompañan en las fiestas, sino también en mis silencios y mis decisiones difíciles.

Mis tacones son altos, pero mis estándares para estas fechas son aún más altos. Este año, me rodearé solo de quienes me quieren de verdad, los que respetan mi tiempo, mi esfuerzo y mis prioridades. Porque en esta etapa de mi vida, mi compromiso no es con las expectativas de los demás, sino con mi propia paz y con la estabilidad que estoy construyendo para mí y para mis hijos.

Así que, si estás en mi mesa esta Navidad, es porque eres de los pocos que merecen ese lugar. Y si no lo estás, no pasa nada: mi luz sigue brillando, aunque no todos puedan verla.

La Navidad es para compartir, sí, pero solo con los que realmente importan.

Este año, quiero invitarte a hacer lo mismo: filtra, elige, cuida. No tienes que cargar con relaciones que no te llenan, ni sentarte a mesas donde no te sientas valorado. Que esta Navidad sea un reflejo de tu amor propio: rodeada de pocos, pero de los mejores.

Porque al final, la verdadera magia de estas fiestas está en quienes te quieren de verdad.
25-10-2024
Viajar entre amigas: Un reencuentro con nosotras mismas

Hay algo especial en viajar con amigas, algo que no se puede imitar en ningún otro tipo de experiencia. Es como si las horas se deshicieran en risas, anécdotas inesperadas y conversaciones que empiezan con banalidades, pero terminan desnudando el alma. Un viaje con amigas es mucho más que una escapada; es un espacio donde dejamos de ser profesionales con agendas repletas o madres que corren tras el reloj, y simplemente somos nosotras: mujeres con sueños en construcción y cicatrices bien disimuladas.

 

Cada conversación, entre tragos y planes improvisados, revela capas ocultas. A veces descubrimos que esa amiga que parece tenerlo todo resuelto guarda silencios profundos, o que detrás de la fortaleza de otra hay una niña que aún sueña con aventuras. En ese intercambio sincero, de mujer a mujer, nacen momentos que difícilmente suceden en la rutina diaria.

 

Lo hermoso de viajar con amigas es que nadie te juzga si cambias de planes, si decides quedarte en cama todo un día o si terminas bailando en algún lugar desconocido. Nos damos permiso para ser auténticas, sin máscaras, sin agendas, sin filtros. El viaje se convierte en una especie de terapia grupal, donde los consejos fluyen, las confesiones pesan menos y las expectativas desaparecen.

 

¿Y qué decir de los recuerdos? Siempre hay un chiste interno que sobrevive al regreso, una canción que revive el momento exacto en el que todo cobró sentido y hasta un brindis espontáneo que eterniza los sueños compartidos. En cada parada del viaje no solo dejamos huellas físicas, sino también esas conexiones profundas que solo ocurren entre mujeres que se entienden en su esencia.

 

Viajar con amigas es un reencuentro con esa versión de nosotras que a veces dejamos atrás en medio de las responsabilidades diarias. Es recordar que, más allá de nuestras carreras y roles, seguimos siendo mujeres que necesitan pausa, risa, complicidad y aventura. Al final, cada viaje es una excusa perfecta para volver a lo esencial: ser, estar y disfrutar de la vida en compañía de quienes nos recuerdan quiénes somos, sin importar en qué punto del camino estemos.

 

Así que, empaca el equipaje ligero, lleva espacio para lo imprevisto, y prepárate para coleccionar momentos que te recordarán que, aunque amemos las rutinas, siempre habrá una parte de nosotras que necesita escapar, reír hasta que duela y descubrir que el verdadero destino está en la compañía perfecta.

 

Después de todo, ¿qué mejor forma de cuidarnos que darnos tiempo con quienes nos hacen brillar sin esfuerzo?

El orgullo del sur en la medicina: Vocación, entrega y humanidad

 

Nacer en el sur es llevar en la piel el orgullo de una tierra que, aunque a veces distante del bullicio de las grandes ciudades, forja con paciencia y esfuerzo a profesionales extraordinarios. Crecer entre caminos polvorientos, sol abrazador y la calidez de comunidades pequeñas nos enseña desde temprano el verdadero valor del trabajo, la empatía y la resiliencia. Estos valores, al ser aplicados en el campo de la medicina, se traducen en una forma de ejercer nuestra profesión con profundo respeto por la vida y un compromiso inquebrantable con cada paciente que confía en nuestras manos.

 

Como anestesióloga, he aprendido que el sur no solo nos regala paisajes maravillosos, sino también una sensibilidad única hacia el otro. No basta con administrar un bloqueo nervioso preciso o garantizar la estabilidad durante una intervención quirúrgica; nuestra misión va más allá de las habilidades técnicas. Sabemos mirar al paciente más allá de su diagnóstico, entendiendo que, tras cada historia clínica, hay vidas, sueños y miedos que merecen ser atendidos con humanidad y comprensión.

 

La formación académica en nuestras tierras es solo el principio. Los profesionales del sur llevamos en el corazón la certeza de que el conocimiento sin vocación es un esfuerzo vacío. Cada intervención es una oportunidad para demostrar que la excelencia médica puede convivir con el respeto profundo por el dolor del otro. Cuando me pongo la bata, no lo hago solo como profesional de la salud, sino como alguien que representa el espíritu del sur: solidario, persistente y siempre dispuesto a aprender del otro.

 

Nos han dicho que desde el sur se lucha más. Y es cierto. Hemos aprendido que el camino puede ser más empinado, pero ese mismo camino nos moldea. En cada guardia, en cada curso de formación, en cada congreso al que asistimos, llevamos el orgullo de saber que nada ha sido fácil, pero todo ha valido la pena. No tememos a los retos porque sabemos que las dificultades no son obstáculos, sino escalones.

 

Así como las raíces de los árboles del sur buscan incansablemente el agua en los suelos más duros, así también nuestro espíritu busca la superación constante. Cada paciente recuperado, cada procedimiento exitoso, es un tributo a nuestra tierra y a quienes nos enseñaron que la medicina no es solo ciencia, sino también arte y corazón.

 

Porque ser médico en esta profesión es mucho más que títulos o competencias. Es entender que nuestro verdadero valor radica en la capacidad de acompañar, de aliviar y de estar presentes cuando el otro más lo necesita. Y, en eso, quienes nacimos en el sur tenemos una ventaja indiscutible: aprendimos desde pequeños a ponerle el alma a todo lo que hacemos.

Manual para anestesiar los comentarios ajenos.

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 El arte de ignorar lo innecesario

 

A lo largo de la vida, así como en el quirófano, nos toca decidir a qué prestar atención y qué dejar pasar sin que afecte nuestro bienestar. En el quirófano usamos anestesia para reducir el dolor, pero en la vida, tenemos que aprender a aplicar otro tipo de anestesia: la que silencia los comentarios innecesarios sin apagar nuestra esencia. Aquí tienes algunas claves para lograrlo sin perder la calma ni el buen humor.

 

Saber diferenciar entre crítica y ruido

 

No todo lo que escuchas merece tu atención. Así como en una cirugía separamos lo importante de lo accesorio, aprende a diferenciar entre una crítica constructiva y un comentario vacío. Si no aporta a tu crecimiento, déjalo pasar.

 

Define tus prioridades

 

Cuando tienes claro quién eres y hacia dónde vas, los comentarios que no encajan con tus principios se vuelven irrelevantes. Como un anestesiólogo que sigue los signos vitales, tú también debes seguir tus propias prioridades y no dejar que los ruidos externos alteren tu enfoque.

 

Escucha sin absorber

 

No se trata de cerrarte a las opiniones, sino de filtrar lo que escuchas. Acepta lo que te sirve y deja que lo demás fluya. Imagina que los comentarios ajenos son como un ligero pinchazo: los sientes, pero no te afectan más de la cuenta.

 

No te hagas cargo del ego de los demás

 

No eres responsable de cómo se sienten los demás ni de satisfacer sus expectativas. A veces, las críticas vienen más de las inseguridades de quien las emite que de algo que realmente debas mejorar. Aprende a identificar esos momentos y sigue tu camino sin carga extra.

 

El silencio es una respuesta poderosa

 

No todo comentario merece una réplica. A veces, la mejor respuesta es guardar silencio y seguir adelante. No explicar ni justificar tus decisiones puede ser más efectivo que cualquier argumento.

 

Crea un espacio mental a prueba de críticas

 

Piensa en tu mente como un campo estéril donde solo entran las opiniones que tú permites. Protégete emocionalmente, como harías en el quirófano, dejando fuera todo lo que pueda contaminar tu paz interior.

 

Todo pasa, incluso las críticas

 

Recuerda que los comentarios no son permanentes. Lo que hoy parece relevante, mañana será solo un eco lejano. Lo que realmente importa es mantener la confianza en ti misma y seguir avanzando con seguridad, sin dejar que las voces ajenas interfieran en tu camino.

 

Ignorar lo innecesario no es insensibilidad; es inteligencia emocional. La clave está en mantener la calma, saber qué tomar y qué soltar, y seguir siendo fiel a ti misma, sin anestesiar lo que realmente importa: tu esencia y tu paz.

La fuerza de no recibir ayuda

“La ayuda que no recibí fue la que más me ayudó”

A veces, la ausencia de una mano extendida es la mejor lección que la vida te puede dar. En más de una ocasión me he visto esperando una respuesta, un consejo, una guía. Pero, para mi sorpresa, lo que no llegó fue lo que más me enseñó. La ayuda que no recibí fue la que me impulsó a buscar mis propias soluciones, a encontrar fuerza en mi interior y a dejar de depender de las respuestas de los demás.

Es curioso cómo funciona la vida: los momentos en los que más esperé que alguien me dijera qué hacer, fueron los momentos en los que encontré mi propia voz. El consejo que nunca me dieron, fue el que, de alguna manera, ya estaba dentro de mí, esperando ser escuchado. Y es que, a veces, la falta de orientación externa es lo que nos obliga a mirar hacia adentro y escuchar lo que ya sabíamos, pero no queríamos admitir.

No estoy diciendo que no necesitemos a los demás. Pero, en mi caso, aquellas veces en las que nadie vino al rescate fueron las que más me moldearon. Me hicieron entender que mi propio instinto y mi capacidad para tomar decisiones son las herramientas más poderosas que tengo.

Así que hoy, cuando miro hacia atrás, agradezco esos silencios, esas manos no extendidas, esos consejos no dados. Porque gracias a ellos, encontré mi propio camino. Y lo mejor de todo es que me enseñaron una lección invaluable: la ayuda que más vale es la que nace desde dentro.
¿Miedo al compromiso o simplemente no tengo tiempo?

¡Ay no, ay no, no no, no. La verdad es que la soltería no es un castigo, es una elección, y no, no es que esté huyendo del compromiso ni que tenga miedo a enamorarme.

La realidad es más sencilla: ¡no tengo tiempo! Entre tres maestrías, mi carrera, mis hijos, mi perro, y todo lo que me apasiona, ¿en qué momento puedo meter a alguien más en mi vida? Me encanta compartir con mis amigos, esos cercanos que me llenan el alma. Ir de compras, pasar tiempo en casa, ver a mis hijos crecer y recibir el cariño de mi perro son momentos que me hacen sentir plena.

Esos son los amores de mi vida ahora mismo. No es que no me interese conocer a alguien, es que sinceramente no tengo espacio en mi agenda ni en mi mente para interactuar con alguien que esté fuera de mis intereses. ¡Es como pedirle a un avión que aterrice en una pista en construcción! He escuchado tantas veces: “pero deberías conocer a alguien, deberías darte una oportunidad”. Y yo solo pienso: "ay no, no no no", porque eso suena como una distracción que ahora no puedo permitirme.

Mi vida está llena, plena, y la energía que tengo prefiero usarla para seguir creciendo, disfrutando de lo que ya tengo y amando la libertad de hacer lo que quiero, cuando quiero.

Quizá en otro momento cambien las prioridades, pero por ahora, mi amor más grande es por mis proyectos, por lo que estoy construyendo y, por supuesto, por mi círculo más cercano. Y esa, señores, es una relación en la que no hay espacio para compromisos ajenos.

¿Por qué esperar un diagnóstico para ver a los amigos?

 

Hoy recibí una llamada de una amiga muy querida. No era una llamada cualquiera, era una de esas que marcan un antes y un después. Me pidió que la ayudara, no porque no tuviera opciones, sino porque solo confiaba en mí para hacerlo. El motivo de su confianza es uno que ninguna de nosotras esperaba: un diagnóstico de leucemia.

 

En ese momento me detuve a pensar cuántas veces posponemos un café, cuántas veces dejamos de lado un encuentro, y lo relegamos con un “luego te llamo” o un “la próxima semana nos vemos”. Vivimos en un mundo tan apresurado que olvidamos lo esencial: el tiempo compartido, las risas, los silencios cómplices, los momentos sin más propósito que estar juntos.

 

Nos hemos acostumbrado a encontrarnos en momentos duros, cuando las pruebas nos golpean de frente. ¿Por qué no podemos darnos el regalo de vernos cuando todo está bien, cuando aún hay salud y risas? ¿Por qué esperar un diagnóstico para retomar una amistad que nunca debimos dejar en pausa?

 

Hoy me propongo algo, y te lo propongo a ti también: no esperes a que las malas noticias sean la razón para volver a ver a tus amigos. Llámales, visítales, haz ese tiempo para que, cuando llegue cualquier tormenta, la base de su relación esté más firme que nunca.

 

Porque los amigos no solo están para las despedidas, ni para las malas noticias. Los amigos están para cada respiro, para cada paso, y para recordar que el cariño no entiende de diagnósticos. Solo de presencia.

 

Así que hoy, ve y abraza a los tuyos. Que las buenas noticias también se celebren en compañía.

Se rompieron mis zapatos

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En el ultimo  congreso en Santiago de los Caballeros, me veía impecable como siempre, cuidando cada detalle. Llevaba dos pares de zapatos para cada ocasión: unos elegantes stilettos en blanco perla para el día, y otros mostaza brillantes para la noche. La mañana fue un éxito. Todos me elogiaban los hermosos zapatos blancos, y yo me sentía segura, poderosa… hasta que uno de ellos decidió que su tiempo había llegado. Se rompió sin aviso, como una despedida inesperada. Respire profundo y con mis ojos llenos de temor decidí revisar y allí estaban, sí rotos y no solo el derecho, también el izquierdo.

 

Me tome unos segundos para analizar la situación y las opciones; salí disimuladamente hasta el parqueo del local busque en mi pequeña maleta que todos ustedes conocen y me los cambie por algo mas simple. No sacaba de mi mente el suceso, pero nada,  las charlas me envolvieron y me calme.

 

No importaba, me dije. A la cena con mi amigo y su pareja iría aún mejor, con esos stilettos mostaza que tanto adoraba. Al entrar al restaurante, noté las miradas de admiración de las mujeres, todas fijas en mis preciados Stilettos. Pero, justo en el momento más glorioso de la noche, sentí el fatídico crujido: el segundo par también me traicionó. Ahí estaba yo, con mis zapatos favoritos destrozados, víctima del desuso y el paso del tiempo. Me di cuenta de que, por más que los amara, su momento había pasado.

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Explote de la risa y comencé juntos  a mis amigos hacer bromas sobre mi desdichada fortuna con mis adorados zapatos.

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Al día siguiente, con una agenda llena de compromisos, decidí aceptar la realidad y me puse mis tenis blancos recién adquiridos. Eran sencillos, pero modernos, y con ellos me sentí tan cómoda como elegante. Para mi sorpresa, nuevamente recibí cumplidos, esta vez por mi estilo relajado y fresco. Tanto en persona como a través de mis redes sociales varios  me hacían comentarios sobre mi outfit: "que bien me veía, que chula la combinación de mi conjunto de animal print y mis tenis, que donde los compré".

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Todo salió super bien, disfrute el último día de congreso, me reí como hacia tiempo pues me reencontré con mis colegas Cibaeños, que como siempre son gente tan atenta y cariñosa. Llegó el momento de la despedida y camine a mi auto y cuando abro la puerta para ocuparlo, allí me encuentro en el asiento del pasajero, esos dos pares de zapatos listos para ser desechados. Dios,  como lo pensé, incluso busque el numero de una zapatería famosa de aquí de la capital que he llevado anteriormente una que otra pieza para ponerle las "tapitas", pero este no era un problema de tapitas, ya no daban para mas.

 

De verdad que sentí tristeza y melancolía, pero me llene de valor los agarre con amor como si fueran nuevos y junto con una botella de agua vacía y unos papeles de recibos innecesarios, me baje del auto y los tire en el zafacón que estaba en el parqueo,  volví a mi auto y me regrese a la capital. no les voy a negar que vine todo el camino con canciones de Anthony Rios pero lamentando tan hermosa perdida. 

 

Esa experiencia fue un recordatorio de que a veces nos aferramos a lo que ya no sirve, a lo que, aunque haya sido valioso en su momento, ha cumplido su propósito. Así como mis zapatos viejos, algunas cosas en la vida simplemente deben dejarse atrás. Es fácil sentir nostalgia por lo que fue, pero la verdadera resiliencia está en saber aceptar el cambio, en abrazar lo nuevo con la misma confianza que nos dio lo antiguo. 

 

Dejar atrás lo que ya no encaja en nuestro presente no significa perder algo, sino abrir espacio para lo que está por venir. Los tenis blancos eran una señal de que el confort y la modernidad podían coexistir con la elegancia. Así es en la vida: lo nuevo puede ser igual de valioso, o incluso mejor, si lo aceptamos con los brazos abiertos y la mente despejada del pasado.

Cuando el pasado te llame, no atiendas

Hay llamadas que nunca deberíamos contestar. No me refiero a esas que llegan en horas inoportunas, sino a las que vienen desde lo más profundo de nuestro pasado. Esas que, con la suavidad engañosa de una voz familiar, intentan arrastrarnos de nuevo hacia un dolor que creímos superado. Y si el pasado te llama, si te susurra al oído con promesas vacías y recuerdos manipulados, recuerda: no atiendas.

El pasado puede ser un lugar cruel. Puede arrastrarte de vuelta a noches de lágrimas contenidas, a días donde el sol no parecía brillar para ti, porque todo lo que conocías y amabas se había desmoronado. Es en ese momento, en ese cruce de caminos, donde una decisión cambió tu vida para siempre.

Él prometió estar contigo, construir una vida, una familia. Juntos habían soñado con un futuro lleno de risas infantiles, de domingos en familia, de proyectos que harían del "nosotros" algo más grande que la suma de sus partes. Pero cuando ella apareció, una sombra con labios rojos y promesas tan vacías como su corazón, todo se derrumbó.

Ella no tenía sentido de familia. Para ella, un hogar no era más que una palabra, no el refugio sagrado que tú habías construido con tanto esfuerzo. Pero él, cegado por una ilusión efímera, tiró todo por la borda. Se fue, sin mirar atrás, sin pensar en los ojos llenos de esperanza, en las noches en que te quedabas despierta, velando por un futuro que él destruyó en un instante.

Y aquí estás, reconstruyendo las piezas de lo que quedó. Cada día es una batalla, pero también es un triunfo. Porque aprendiste a levantar la cabeza, a caminar con la dignidad que solo una madre puede tener.

Pero a veces, el pasado quiere regresar. Quiere hacerte olvidar los días oscuros, los sueños rotos, las promesas vacías. Quiere que recuerdes los momentos buenos, aquellos en los que pensabas que todo iba a estar bien. Es en esos momentos cuando más fuerte tienes que ser. Pero no hay nada en ese pasado que valga la pena recuperar. No hay llamada que justifique el dolor, no hay disculpa que sane las cicatrices.

El pasado puede intentar seducirte, pero tú ya no eres la misma. Ahora sabes que mereces más. Sabes que no puedes permitirte retroceder, porque todo lo que has ganado en este tiempo es demasiado valioso como para dejarlo ir.

Cuando el pasado te llama, no atiendas. No te dejes atrapar por la trampa de la nostalgia maldita. El presente y el futuro que estás construyendo son mucho más poderosos. Tú y tu familia son un equipo invencible, y no hay nada en ese pasado que pueda ofrecerte algo mejor que lo que ya tienes: la fuerza de haber sobrevivido, de haber crecido, y de haber encontrado en ti misma la valentía para seguir adelante.
31-08-2024

Las cuatro C's que tienes que abandonar para avanzar en tu vida

 

En este camino de superación personal, nos encontramos con muchos obstáculos; algunos de ellos son tan sutiles que no nos damos cuenta de cómo nos afectan. Hoy quiero hablarte de cuatro hábitos que he identificado y que, si no los abandonamos, pueden detener nuestro crecimiento. Yo las llamo las “Cuatro C's”.

 

1. La primera es:

Chismear: una trampa de energía negativa ¿Te has dado cuenta de lo fácil que es caer en el chisme? Es casi como un reflejo, especialmente cuando estamos con amigos o colegas. Pero lo que a menudo olvidamos es que el chisme no solo afecta a los demás, sino también a nosotras mismas. Nos envuelve en una energía negativa, y, poco a poco, nos aleja de nuestros propios objetivos. Así que, la próxima vez que te veas tentada, piensa en cómo esa conversación puede influir en tu vida. Enfócate en hablar de ideas, de sueños, de proyectos. Las conversaciones que realmente nos enriquecen son aquellas que construyen, no las que destruyen. El chisme es un círculo en donde hablar negativamente de los demás dice más de ti que de ellos.

 

2. Complacer a todo el mundo: un peso que no tienes que cargar ¿Cuántas veces uno ha dicho “sí” cuando realmente quiere decir “no”? Vivimos en una sociedad que aplaude el sacrificio, pero en realidad, complacer a los demás constantemente solo nos desgasta. No estamos aquí para cumplir con las expectativas de todos. Es momento de priorizar nuestras propias necesidades, de escuchar esa voz interna que sabe lo que realmente es bueno para nosotras. Decir “no”, no es egoísmo; es autocuidado. Y cuando empezamos a cuidarnos, todo en nuestra vida mejora.

 

3. Compararte con los demás: el ladrón de la alegría Las redes sociales han hecho que compararse sea casi inevitable. Vemos a otros y comenzamos a dudar de nosotras mismas, de nuestros logros, de nuestro camino. Pero lo que no vemos es que cada una de nosotras está en un capítulo diferente de su historia. Compararte solo te roba la alegría del momento presente. En lugar de eso, celebra tu progreso, por pequeño que parezca. Recuerda que tu viaje es único, en las redes sociales solo publicamos los buenos momentos. Todos pasamos por situaciones, problemas, bajas, caídas, como queramos llamar a los malos momentos, pero toda esa fantasía de redes solo queda en Instagram. Preocúpate por vivir una vida real.

 

4. Controlar: aprender a soltar es liberador Si hay algo que he aprendido, es que la vida es impredecible. Intentar controlarlo todo solo genera ansiedad y frustración. A veces, lo mejor que podemos hacer es soltar. Soltar la necesidad de controlar cada detalle, cada resultado, y confiar en que todo se va a resolver de la mejor manera posible. Cuando dejas de lado la necesidad de control, encuentras paz, y en esa paz, es donde realmente comienza el crecimiento.

 

Reflexión final

Abandonar estas cuatro C's no es fácil; todas estamos en constante aprendizaje. Pero es un paso necesario para avanzar hacia una vida más plena y auténtica. Es un recordatorio de que el crecimiento personal es un viaje, no un destino, y que en ese viaje, somos libres de dejar atrás lo que ya no nos sirve.

28/8/2024

El ejercicio como ritual de empoderamiento: Más allá de sudar, se trata de sentirse bien
 
En un mundo donde el “ajetreo” y la búsqueda constante de éxito nos consumen, encontrar un espacio para nosotros mismos se ha convertido en un acto de resistencia. Y ahí es donde entra el ejercicio, no solo como una herramienta para mantenernos en forma, sino como un ritual diario de empoderamiento personal. Sí, es cierto, sudar y mantenerse activa tiene sus beneficios físicos obvios, pero lo que a menudo se pasa por alto es el impacto mental y emocional que una rutina de ejercicio puede tener en nuestras vidas.
 
El poder de la constancia
 

Cuando hablamos de ejercicio, solemos centrarnos en los resultados visibles: tonificación, pérdida de peso, aumento de fuerza. Pero, ¿qué pasa con los resultados invisibles? La constancia en el ejercicio nos enseña disciplina, nos reta a superar nuestras propias expectativas y, lo más importante, nos da una sensación de logro que va mucho más allá de lo físico. Cada vez que te levantas para hacer ejercicio, estás reafirmando tu compromiso contigo mismo. Ese pequeño acto de constancia tiene un efecto dominó que se refleja en cómo enfrentamos otros desafíos en la vida diaria.
 
Crear una rutina que realmente disfrutes
 

Uno de los mayores errores al comenzar una rutina de ejercicio es seguir lo que está de moda sin preguntarnos si realmente nos gusta. El verdadero “cool” está en encontrar una actividad que te haga sentir bien, que disfrutes, y que esperes con ansias. Puede ser una clase de yoga que te permita desconectarte, una sesión de HIIT que te haga sentir poderosa, o una caminata al aire libre que te reconforte.

Mas que sudar, se trata de sentirnos bien.

En medio del caos diario y las exigencias de la vida, encontrar un espacio para nosotros mismos se ha vuelto un lujo, pero mas que un lujo, debemos convertirlo en prioridad. Aquí es donde el ejercicio entra en juego, no solo como una manera de mantenernos en forma, sino como un ritual de empoderamiento que va muchos mas allá de las calorías quemadas.

la constancia que transforma.


Imaginate esto: tu despertador suena antes de que salga el sol, y, aunque la tentación de quedarte en la cama es fuerte, te levantas, te pones esos pantalocintos que te hacen ver invencible y te prepararas para sudar. En ese momento no solo estas eligiendo moverte hacia tus metas, tus sueños, y, sobre todo, hacia tu bienestar.
La constancia en el ejercicio no solo moldea nuestro cuerpo, moldea nuestra mente. Cada repetición, cada kilometro recorrido, cada gota de sudor es una prueba de que somos capaces de superar cualquier obstáculo. Esa disciplina que construyes en tu rutina de ejercicios no se queda en el gym; te acompaña en cada desafío que enfrentas fuera de él.
Encuentra tu propio ritmo

El mundo fitness esta lleno de modas y tendencias que cambian a cada momento, pero la verdad no le veo sentido a eso, no seguir las ultimas rutinas que se ven en las redes sociales, sino mas bien hacer lo que te hace sentir bien.
Crea tu espacio
No necesitas un gimnasio de ultima moda para inspirarte. Lo puede hacer en casa en donde puedas ejercitarte a tu manera puede ser igualmente motivador. Un rincón con un par de pesas, una esterilla y conexión a YouTube puede convertirse en un gym de ultima generación. 
El ejercicio es mucho mas que sudar. Es un ritual de empoderamiento, un acto de amor propio, una manera de recordarte que mereces sentirte bien, en tu cuerpo, en tu mente y en tu vida. Así que la próxima vez que te pongas tus tenis, hazlo con la intención de disfrutar, de cuidar de ti misma, y de celebrar todo lo que eres y todo lo que puedes llegar a ser.
 

22-08-2024

Soltar el control: Un camino de sanación para las mujeres empoderadas.

Vivimos en una era donde ser una mujer empoderada se ha vuelto sinónimo de tener el control absoluto, de ser fuertes, independientes y capaces de enfrentar cualquier desafío. Para muchas de nosotras, esta energía masculina, que nos impulsa a ser guerreras en un mundo que no siempre ha sido amable, ha sido nuestra mayor aliada. Nos ha permitido romper barreras, alzar nuestras voces y reclamar espacios que antes nos eran negados.

Sin embargo, este escudo que hemos construido, esta fortaleza que hemos edificado alrededor de nosotras, también puede convertirse en una cárcel invisible. En nuestra lucha por no mostrar vulnerabilidad, hemos adoptado una postura de rigidez, de control, que a veces es la manifestación de heridas profundas: la traición, el abandono, el miedo a ser lastimadas nuevamente.

Pero, ¿qué sucede cuando ese control que tanto nos ha servido empieza a asfixiarnos? Cuando sentimos que, a pesar de todo lo que hemos logrado, hay un vacío que no podemos llenar. Es en ese momento en el que necesitamos aprender a soltar.

Soltar el control no es rendirse, es confiar. Confiar en que, aunque bajemos la guardia, no seremos dañadas. Que el mundo no se desmoronará si no estamos a cargo de todo. Que está bien pedir ayuda, mostrar nuestras cicatrices, y permitirnos sanar. Soltar el control es un acto de amor propio, de darnos el permiso de ser humanas, de reconocer que no somos invencibles y que no necesitamos serlo.

¿Cómo empezamos a soltar?

Bueno el primer paso es reconociendo nuestras heridas. Entender que muchas de nuestras conductas controladoras provienen de un lugar de dolor. Es muy importante identificar esas heridas para sanarlas.

Permitiéndonos sentir. Hemos sido educadas para ser fuertes, pero ser fuerte también significa permitirnos sentir, llorar, y procesar nuestras emociones sin juzgarnos.

Abrazando la vulnerabilidad. Ser vulnerables no es un signo de debilidad, sino de coraje. Es aceptar que necesitamos a otros, que no estamos solas en nuestro camino.

Practicando el autocuidado. Darnos tiempo para nosotras, para conectar con nuestra esencia femenina. Esto puede ser a través de la meditación, la escritura, o simplemente disfrutando de momentos de calma.

Aprendiendo a confiar en los demás. Dejar que otros nos apoyen, nos guíen y nos cuiden, es parte del proceso de soltar. No siempre tenemos que ser las que lo hacen todo.

Al soltar el control, comenzamos a liberarnos de las cadenas que nos atan al miedo y al dolor. Nos damos la oportunidad de vivir desde un lugar de autenticidad, de amor y de paz. Dejamos de luchar contra nosotras mismas y empezamos a fluir con la vida, confiando en que, al final del día, todo estará bien.

Es un trayecto retador, pero indispensable. Porque no nos conformamos con solo subsistir; merecemos vivir a plenitud, en armonía y en paz con nuestra verdadera esencia.