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23.1.2025

Cuando una puerta no se abre, es porque no lleva a donde necesitas ir.

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En mi trabajo, he aprendido a distinguir entre persistir con propósito y saber cuándo detenerme. Por ejemplo, en situaciones como una vía aérea difícil, el primer intento no siempre tiene éxito. A veces es crucial detenerse, analizar el panorama y redefinir la estrategia, siempre priorizando la seguridad del paciente. No se trata de insistir sin rumbo, sino de interpretar las señales y comprender cuándo es necesario buscar un enfoque diferente.

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La vida, al igual que la anestesia, tiene su propia forma de comunicarse. Hay caminos que, por más que lo intentemos, simplemente no se abren. Esto no significa falta de capacidad o mérito, sino que esa dirección en particular no es la correcta para ti. Si avanzar se convierte en una lucha constante que desgasta más de lo que aporta, tal vez sea el momento de preguntarte: ¿Estoy enfocando mi energía en lo que realmente importa? ¿Vale la pena insistir aquí?

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Con el tiempo, he aprendido que es esencial tener un plan alternativo, tanto en una sala de cirugía como en la vida. Un plan que no te drene ni convierta cada paso en una batalla. Saber cuándo detenerse no es un acto de derrota, sino una muestra de sabiduría. Es reconocer dónde tu esfuerzo será más valioso y dónde es mejor soltar.

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Hoy decido no forzar puertas que permanecen cerradas. Prefiero guardar mi energía para los caminos que fluyen con mayor armonía, aquellos que me llevan, casi de forma natural, al lugar donde debo estar. Porque la vida tiene su propio ritmo, y cuando algo está destinado para ti, llegará sin necesidad de empujar con demasiada fuerza.

¿Y si vale la pena romper mis propias reglas?
Por Dra. Brígida Gómez

Siempre me he considerado una mujer de principios sólidos. Esas reglas internas que construí con los años me han servido como brújula y ancla, guiándome entre las mareas de decisiones difíciles y momentos de incertidumbre. Sin embargo, también me doy cuenta de que algunas de esas reglas, aunque necesarias en su momento, pueden terminar por limitar lo que soy capaz de vivir y sentir.

En mi mente, he dibujado líneas claras sobre lo que debo y no debo permitir en mi vida. Líneas que prometen protegerme, que me aseguran que nada puede salirse de control si solo me atengo a ellas. Pero a veces llega un momento —un destello inesperado— que te obliga a mirar esas reglas de frente y preguntarte: ¿y si vale la pena romperlas?

La vida, con su irónica precisión, te coloca frente a situaciones que no caben en tus esquemas. Es entonces cuando las reglas que creías inquebrantables comienzan a sentirse como grilletes más que como guías. En mi caso, he sentido esa lucha interna: el deseo de avanzar hacia algo que me llama la atención, pero también el miedo a salir de la comodidad de lo conocido.

A lo largo de mi carrera como anestesióloga, he aprendido a confiar en los protocolos. En el quirófano, las reglas son inquebrantables porque de ellas depende la vida de los pacientes. Pero en la vida, las cosas son diferentes. No siempre hay un protocolo para decidir si algo que no esperabas vale la pena. No siempre hay un manual que te diga cuándo confiar en el instinto o cuándo retroceder.

No puedo evitar reflexionar: ¿cuántas oportunidades dejamos pasar por aferrarnos a reglas que ya no tienen sentido? A veces esas reglas son dictadas por la sociedad, por los demás o incluso por una versión más joven de nosotras mismas que creía tener todas las respuestas. Pero la vida, como el amor, la vocación o la pasión por algo, no siempre sigue las mismas reglas que nosotras trazamos.

Entonces, aquí estoy, en esa encrucijada emocional donde lo desconocido me llama y lo familiar me frena. Esa parte de mí que siempre busca protegerse dice: no lo hagas. Pero otra parte, una más silenciosa pero valiente, me pregunta: ¿y si esto es lo que realmente necesitas?

No tengo una respuesta definitiva. Solo sé que hay algo liberador en permitirnos cuestionar nuestras propias reglas, en darnos permiso para explorar lo que podría ser sin el peso de las expectativas. A veces, la única manera de descubrir quiénes somos realmente es romper aquello que nos define y construir algo nuevo.

Tal vez no haya una respuesta correcta, y quizás el riesgo sea inevitable. Pero también sé que la vida no siempre se trata de certezas. A veces se trata de atreverse a vivir entre las preguntas, sabiendo que incluso cuando el resultado no es el esperado, el acto de arriesgarse ya vale la pena.

¿Y tú? ¿Qué regla interna estás lista para romper? Quizás sea hora de cuestionarte si esa línea que juraste no cruzar es realmente un límite o simplemente un miedo disfrazado de prudencia.

En Anestesia en tacones, este es un espacio para reflexionar, cuestionar y empoderarnos mutuamente. No siempre tengo las respuestas, pero tal vez juntas podamos encontrarlas.
31.12.2024
Brindando por los “No” – Bienvenido, 2025

Siempre que se acaba el año, hacemos el típico recuento: las metas que cumplimos, los logros, lo bueno que nos pasó. Pero hoy quiero hacer algo diferente. Quiero agradecer por todo lo que no pasó.

Sí, así como lo lees. Gracias a los “no” que recibí, porque me empujaron a replantearme muchas cosas. A esas puertas que se cerraron en mi cara, porque aunque en el momento dolieron, ahora entiendo que no eran para mí. Gracias a lo que se fue, porque me enseñó que soltar también es ganar.

El 2024 no fue perfecto. Hubo momentos duros, dudas, días en los que me pregunté si estaba haciendo las cosas bien. Pero ¿sabes qué? Aprendí. Aprendí que no todo lo que quiero lo necesito, que a veces perder es ganar espacio para algo mejor, y que los “no” son parte del camino.

Hoy recibo el 2025 con el corazón más ligero y la mirada más clara. No porque crea que este año será perfecto, sino porque sé que tengo la fuerza para enfrentar lo que venga. Estoy lista para construir un año increíble, uno que esté alineado conmigo, con mis sueños, y con lo que realmente importa.

Así que aquí estoy, con mi copa en la mano, brindando por lo que no fue, por lo que se fue y por los tropiezos que me hicieron más fuerte. Brindando por un 2025 lleno de oportunidades y por la mejor versión de mí misma.

Gracias, 2024, por todo lo que me enseñaste. Y bienvenido, 2025, sé que serás un año espectacular.

Con cariño y mucha gratitud,
Dra. Brígida Gómez

No estoy para regalar mi energía a cualquiera.

 

Hay momentos en los que la vida nos pide hacer pausas. Pausas para respirar, para observar   y, sobre todo, para decidir. Algo así como cuando el paciente está en la mesa de quirófano y la anestesia empieza a hacer efecto. Todo se desacelera, el ruido se apaga y, en ese instante, la precisión es clave. Cada decisión cuenta, cada dosis importa. Así me siento con mi energía. No la puedo administrar a la ligera ni aplicarla a cualquier cuerpo extraño que pase cerca.

 

En este mundo, parece que ser una mujer atractiva, exitosa y realizada trae consigo una lista de expectativas no solicitadas. La sociedad te observa como si debieras “completar la fórmula” con una pareja al lado. Porque claro, “no puedes tenerlo todo y seguir sola”. Y si decides no buscar pareja, la gente comienza a mirar con intriga, como si estuvieran esperando a que *despiertes de la anestesia* y te des cuenta de que algo te falta. Pero no, no hay nada que falte aquí. Aquí hay presencia, plenitud y decisión consciente.

 

No es que esté cerrada al amor ni a la compañía, pero no pienso anestesiar mis estándares para que alguien encaje a la fuerza. En el quirófano, la precisión lo es todo. No se aplica más medicamento del necesario, no se corta más de lo imprescindible y no se improvisa con las herramientas. Mi vida no es diferente. No pienso permitir que cualquiera acceda a mi paz, mi tiempo ni mi cuerpo, simplemente porque debería darme  una oportunidad. Mi energía no está en oferta ni en descuento de temporada.

 

A veces me preguntan, con esa mezcla de curiosidad e incomodidad:

—Pero, ¿por qué no tienes pareja?

Y la respuesta es tan clara como el reflejo de la luz en un monitor de signos vitales:

—Porque no estoy para regalar mi energía a cualquiera.

 

La gente se sorprende. Porque vivimos en una cultura donde, supuestamente, toda mujer debe estar en “búsqueda activa” de amor. Y si no lo estás, algo raro debe pasarle. Pero, ¿por qué es tan difícil entender que la plenitud también se encuentra en la soledad? No se trata de un estado de carencia, sino de un estado de preservación consciente. En cada relación hay un intercambio de energía, igual que en cada procedimiento quirúrgico hay un intercambio de riesgos. Y con los riesgos, se es cuidadosa. No todo se puede dejar en manos del azar.

 

En la anestesia, uno de los principios clave es la dosificación justa y necesaria. No se le da más ni menos de lo que el cuerpo puede soportar. Mi vida sigue esa misma lógica. No invierto más energía de la que debo, no entrego más atención de la que me corresponde y, sobre todo, no permito que nadie me drene emocionalmente. Porque el desgaste no siempre se siente de inmediato, pero cuando llega, puede ser tan profundo como los efectos de una sedación mal administrada.

 

Y aquí va la parte más importante: no es que no quiera amar, es que quiero amar bien. No cualquier compañía merece mis días de calma, ni cualquier presencia puede ocupar mis pensamientos. Si alguien quiere entrar a mi vida, debe tener la misma estabilidad emocional, la misma claridad de propósito y el mismo respeto por la paz mental que yo he construido. Si no, que ni se moleste. Mi energía no está disponible para “probar” ni para “ver si funciona”.

 

A diferencia de lo que muchos creen, no busco ser “la elegida” por nadie. Ya fui elegida por mí. No quiero una pareja por presión social ni para cumplir con un guion que alguien más escribió. No tengo que demostrar nada. No me interesa “rellenar huecos” emocionales, porque yo soy completa. Mi vida no está en pausa ni en espera de un gran amor que lo revolucione todo. Mi vida está activa, está en proceso, está en transformación continua, como el monitoreo constante de la saturación de oxígeno en un paciente. Aquí no hay espacio para errores ni para improvisaciones.

 

Si algún día alguien entra en mi vida, será porque tiene el nivel emocional y la estabilidad para estar aquí. No habrá dudas ni juegos. No habrá “a ver qué pasa”. Será una decisión tan precisa como la administración de un bolo de propofol: controlada, medida y con efectos predecibles. Porque la incertidumbre tiene su lugar, pero no aquí. No en mi paz ni en mi energía.

 

La energía no se regala, se invierte.

Y, por ahora, la inversión está enfocada en mí. Porque nadie puede cuidar de otros si no cuida de sí misma primero. Así como el anestesiólogo verifica el estado del paciente antes de actuar, yo verifico mi estado interno antes de entregar mis emociones. Y, de momento, estoy estable, sin taquicardias, sin arritmias y, lo más importante, sin prisa.

 

Si alguien merece entrar a mi vida, será alguien que comprenda la importancia del equilibrio, alguien que no me pida bajar mis estándares, alguien que me respete sin anestesia, sin máscaras ni efectos pasajeros. Hasta entonces, aquí estoy: consciente, tranquila y en control de mi energía.

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9-12-2024
Dolor bloqueado, tacones puestos

Las anestesiólogas tenemos un truco bajo la manga: controlamos el dolor. Cuando alguien entra a quirófano con un problema que parece insalvable, tenemos el poder de inhibir la transmisión del dolor a nivel neuronal. ¿Cómo lo hacemos? Bueno, una combinación estratégica de medicamentos, conocimiento, experiencia… y, claro, un poco de magia profesional.

Pero, ¿qué pasa cuando el dolor no es físico? Cuando no hay catéteres ni bloqueos que puedan apagar ese eco persistente de recuerdos del pasado.
Ahí es donde comienza la verdadera cirugía: la emocional.

Así como usamos medicamentos para bloquear las señales de dolor en los nervios, podemos hacer algo similar a nivel emocional. No con jeringas, claro, sino con decisiones conscientes: soltar lo que no nos sirve, cortar de raíz pensamientos tóxicos, e inyectarnos dosis saludables de amor propio. Y lo mejor de todo: lo hacemos en tacones.

Porque superar el pasado no tiene por qué ser aburrido ni solemne. A veces implica bailar frente al espejo mientras te ríes de lo que algún día pensaste que sería el fin del mundo. Otras veces, simplemente decirte a ti misma: “Hoy no, drama. Estoy ocupada siendo espectacular.”

Y, al igual que en anestesia, esta técnica requiere precisión. No se trata de ignorar el dolor, sino de enfrentarlo con gracia, humor y firmeza. Aprender a recordar sin que duela. Entender que cada cicatriz es un recordatorio de lo lejos que has llegado.

Así que hoy, querida lectora, te invito a que anestesies esos pensamientos que te lastiman. Imagina que tienes el control del monitor de tu vida: ajusta las dosis, bloquea lo que no te deja respirar libre y despierta solo cuando estés lista para ver el mundo de nuevo… pero desde una versión más fuerte, más feliz y más tú.

Y, por supuesto, hazlo en tacones. Porque si algo nos enseñó la vida, es que el pasado solo nos define si decidimos caminar descalzas en él.
2/12/24
Para ser contrincantes, hay que estar en la misma categoría

En el manejo del dolor, cada medicamento tiene su lugar. Hay dolores leves que responden a un simple paracetamol, otros necesitan la fuerza de un opioide, y algunos requieren combinaciones específicas, como si el dolor tuviera su propia jerarquía. Pero, ¿alguna vez has visto a un opioide competir con un antiinflamatorio para probar cuál es mejor? No, porque cada uno sabe que su función es distinta, que su lugar no se disputa, sino que se complementa o, en ocasiones, simplemente no se cruzan.

Así pasa en la vida. Para que alguien se convierta en nuestro contrincante, tenemos que colocarnos en el mismo cuadrilátero, aceptar el juego y decidir entrar en el duelo. Pero, ¿qué pasa si no queremos competir? ¿Qué pasa si entendemos que no estamos en la misma categoría, no porque seamos mejores o peores, sino porque simplemente jugamos un partido distinto?

Los enemigos solo existen si les damos espacio en nuestra mente. Si les damos la llave para que vivan en el terreno de nuestras emociones. Pero, como en el manejo del dolor, uno elige qué arsenal usar, o si incluso merece la pena tratarlo. No todos los dolores necesitan nuestra atención, y no todos los conflictos necesitan nuestra energía.

No soy enemiga de nadie porque no me coloco en esa posición. No lucho por demostrar nada frente a otros, sino que camino en mi propio sendero. Para ser contrincantes, primero tendríamos que estar en la misma categoría, y, sinceramente, ya no compito. No hay fuerza mayor que la paz de quien entiende que el único rival verdadero es el que mira al espejo.

La próxima vez que alguien intente colocarse como tu contrincante, pregúntate: ¿estamos siquiera en la misma categoría? Y si no lo están, ¿para qué desgastarte? Algunos dolores no necesitan medicación, y algunos conflictos no merecen atención.
 
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Al final, el verdadero arte no está en vencer, sino en no entrar en batallas que nunca valieron la pena.
30-11-2024
Navidad: Solo con los que me quieren de verdad
Este año, mientras camino en mis tacones entre las luces del quirófano, me doy cuenta de algo importante: así como soy meticulosa en mi trabajo, también debo serlo con las personas que dejo entrar en mi vida. La Navidad no es una excusa para llenar espacios con gente que no suma; es el momento de comprometerme aún más con mi bienestar emocional, económico y, sobre todo, con mis bebés, que son mi verdadero hogar.

He aprendido que no necesito mesas llenas ni reuniones ruidosas. Lo que realmente importa son las personas que me miran con honestidad, las que saben quién soy más allá de mi bata y mis tacones, y que están ahí, incluso cuando las luces no brillan tanto. Esas personas que no solo me acompañan en las fiestas, sino también en mis silencios y mis decisiones difíciles.

Mis tacones son altos, pero mis estándares para estas fechas son aún más altos. Este año, me rodearé solo de quienes me quieren de verdad, los que respetan mi tiempo, mi esfuerzo y mis prioridades. Porque en esta etapa de mi vida, mi compromiso no es con las expectativas de los demás, sino con mi propia paz y con la estabilidad que estoy construyendo para mí y para mis hijos.

Así que, si estás en mi mesa esta Navidad, es porque eres de los pocos que merecen ese lugar. Y si no lo estás, no pasa nada: mi luz sigue brillando, aunque no todos puedan verla.

La Navidad es para compartir, sí, pero solo con los que realmente importan.

Este año, quiero invitarte a hacer lo mismo: filtra, elige, cuida. No tienes que cargar con relaciones que no te llenan, ni sentarte a mesas donde no te sientas valorado. Que esta Navidad sea un reflejo de tu amor propio: rodeada de pocos, pero de los mejores.

Porque al final, la verdadera magia de estas fiestas está en quienes te quieren de verdad.
25-10-2024
Viajar entre amigas: Un reencuentro con nosotras mismas

Hay algo especial en viajar con amigas, algo que no se puede imitar en ningún otro tipo de experiencia. Es como si las horas se deshicieran en risas, anécdotas inesperadas y conversaciones que empiezan con banalidades, pero terminan desnudando el alma. Un viaje con amigas es mucho más que una escapada; es un espacio donde dejamos de ser profesionales con agendas repletas o madres que corren tras el reloj, y simplemente somos nosotras: mujeres con sueños en construcción y cicatrices bien disimuladas.

 

Cada conversación, entre tragos y planes improvisados, revela capas ocultas. A veces descubrimos que esa amiga que parece tenerlo todo resuelto guarda silencios profundos, o que detrás de la fortaleza de otra hay una niña que aún sueña con aventuras. En ese intercambio sincero, de mujer a mujer, nacen momentos que difícilmente suceden en la rutina diaria.

 

Lo hermoso de viajar con amigas es que nadie te juzga si cambias de planes, si decides quedarte en cama todo un día o si terminas bailando en algún lugar desconocido. Nos damos permiso para ser auténticas, sin máscaras, sin agendas, sin filtros. El viaje se convierte en una especie de terapia grupal, donde los consejos fluyen, las confesiones pesan menos y las expectativas desaparecen.

 

¿Y qué decir de los recuerdos? Siempre hay un chiste interno que sobrevive al regreso, una canción que revive el momento exacto en el que todo cobró sentido y hasta un brindis espontáneo que eterniza los sueños compartidos. En cada parada del viaje no solo dejamos huellas físicas, sino también esas conexiones profundas que solo ocurren entre mujeres que se entienden en su esencia.

 

Viajar con amigas es un reencuentro con esa versión de nosotras que a veces dejamos atrás en medio de las responsabilidades diarias. Es recordar que, más allá de nuestras carreras y roles, seguimos siendo mujeres que necesitan pausa, risa, complicidad y aventura. Al final, cada viaje es una excusa perfecta para volver a lo esencial: ser, estar y disfrutar de la vida en compañía de quienes nos recuerdan quiénes somos, sin importar en qué punto del camino estemos.

 

Así que, empaca el equipaje ligero, lleva espacio para lo imprevisto, y prepárate para coleccionar momentos que te recordarán que, aunque amemos las rutinas, siempre habrá una parte de nosotras que necesita escapar, reír hasta que duela y descubrir que el verdadero destino está en la compañía perfecta.

 

Después de todo, ¿qué mejor forma de cuidarnos que darnos tiempo con quienes nos hacen brillar sin esfuerzo?

El orgullo del sur en la medicina: Vocación, entrega y humanidad

 

Nacer en el sur es llevar en la piel el orgullo de una tierra que, aunque a veces distante del bullicio de las grandes ciudades, forja con paciencia y esfuerzo a profesionales extraordinarios. Crecer entre caminos polvorientos, sol abrazador y la calidez de comunidades pequeñas nos enseña desde temprano el verdadero valor del trabajo, la empatía y la resiliencia. Estos valores, al ser aplicados en el campo de la medicina, se traducen en una forma de ejercer nuestra profesión con profundo respeto por la vida y un compromiso inquebrantable con cada paciente que confía en nuestras manos.

 

Como anestesióloga, he aprendido que el sur no solo nos regala paisajes maravillosos, sino también una sensibilidad única hacia el otro. No basta con administrar un bloqueo nervioso preciso o garantizar la estabilidad durante una intervención quirúrgica; nuestra misión va más allá de las habilidades técnicas. Sabemos mirar al paciente más allá de su diagnóstico, entendiendo que, tras cada historia clínica, hay vidas, sueños y miedos que merecen ser atendidos con humanidad y comprensión.

 

La formación académica en nuestras tierras es solo el principio. Los profesionales del sur llevamos en el corazón la certeza de que el conocimiento sin vocación es un esfuerzo vacío. Cada intervención es una oportunidad para demostrar que la excelencia médica puede convivir con el respeto profundo por el dolor del otro. Cuando me pongo la bata, no lo hago solo como profesional de la salud, sino como alguien que representa el espíritu del sur: solidario, persistente y siempre dispuesto a aprender del otro.

 

Nos han dicho que desde el sur se lucha más. Y es cierto. Hemos aprendido que el camino puede ser más empinado, pero ese mismo camino nos moldea. En cada guardia, en cada curso de formación, en cada congreso al que asistimos, llevamos el orgullo de saber que nada ha sido fácil, pero todo ha valido la pena. No tememos a los retos porque sabemos que las dificultades no son obstáculos, sino escalones.

 

Así como las raíces de los árboles del sur buscan incansablemente el agua en los suelos más duros, así también nuestro espíritu busca la superación constante. Cada paciente recuperado, cada procedimiento exitoso, es un tributo a nuestra tierra y a quienes nos enseñaron que la medicina no es solo ciencia, sino también arte y corazón.

 

Porque ser médico en esta profesión es mucho más que títulos o competencias. Es entender que nuestro verdadero valor radica en la capacidad de acompañar, de aliviar y de estar presentes cuando el otro más lo necesita. Y, en eso, quienes nacimos en el sur tenemos una ventaja indiscutible: aprendimos desde pequeños a ponerle el alma a todo lo que hacemos.

Manual para anestesiar los comentarios ajenos.

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 El arte de ignorar lo innecesario

 

A lo largo de la vida, así como en el quirófano, nos toca decidir a qué prestar atención y qué dejar pasar sin que afecte nuestro bienestar. En el quirófano usamos anestesia para reducir el dolor, pero en la vida, tenemos que aprender a aplicar otro tipo de anestesia: la que silencia los comentarios innecesarios sin apagar nuestra esencia. Aquí tienes algunas claves para lograrlo sin perder la calma ni el buen humor.

 

Saber diferenciar entre crítica y ruido

 

No todo lo que escuchas merece tu atención. Así como en una cirugía separamos lo importante de lo accesorio, aprende a diferenciar entre una crítica constructiva y un comentario vacío. Si no aporta a tu crecimiento, déjalo pasar.

 

Define tus prioridades

 

Cuando tienes claro quién eres y hacia dónde vas, los comentarios que no encajan con tus principios se vuelven irrelevantes. Como un anestesiólogo que sigue los signos vitales, tú también debes seguir tus propias prioridades y no dejar que los ruidos externos alteren tu enfoque.

 

Escucha sin absorber

 

No se trata de cerrarte a las opiniones, sino de filtrar lo que escuchas. Acepta lo que te sirve y deja que lo demás fluya. Imagina que los comentarios ajenos son como un ligero pinchazo: los sientes, pero no te afectan más de la cuenta.

 

No te hagas cargo del ego de los demás

 

No eres responsable de cómo se sienten los demás ni de satisfacer sus expectativas. A veces, las críticas vienen más de las inseguridades de quien las emite que de algo que realmente debas mejorar. Aprende a identificar esos momentos y sigue tu camino sin carga extra.

 

El silencio es una respuesta poderosa

 

No todo comentario merece una réplica. A veces, la mejor respuesta es guardar silencio y seguir adelante. No explicar ni justificar tus decisiones puede ser más efectivo que cualquier argumento.

 

Crea un espacio mental a prueba de críticas

 

Piensa en tu mente como un campo estéril donde solo entran las opiniones que tú permites. Protégete emocionalmente, como harías en el quirófano, dejando fuera todo lo que pueda contaminar tu paz interior.

 

Todo pasa, incluso las críticas

 

Recuerda que los comentarios no son permanentes. Lo que hoy parece relevante, mañana será solo un eco lejano. Lo que realmente importa es mantener la confianza en ti misma y seguir avanzando con seguridad, sin dejar que las voces ajenas interfieran en tu camino.

 

Ignorar lo innecesario no es insensibilidad; es inteligencia emocional. La clave está en mantener la calma, saber qué tomar y qué soltar, y seguir siendo fiel a ti misma, sin anestesiar lo que realmente importa: tu esencia y tu paz.

La fuerza de no recibir ayuda

“La ayuda que no recibí fue la que más me ayudó”

A veces, la ausencia de una mano extendida es la mejor lección que la vida te puede dar. En más de una ocasión me he visto esperando una respuesta, un consejo, una guía. Pero, para mi sorpresa, lo que no llegó fue lo que más me enseñó. La ayuda que no recibí fue la que me impulsó a buscar mis propias soluciones, a encontrar fuerza en mi interior y a dejar de depender de las respuestas de los demás.

Es curioso cómo funciona la vida: los momentos en los que más esperé que alguien me dijera qué hacer, fueron los momentos en los que encontré mi propia voz. El consejo que nunca me dieron, fue el que, de alguna manera, ya estaba dentro de mí, esperando ser escuchado. Y es que, a veces, la falta de orientación externa es lo que nos obliga a mirar hacia adentro y escuchar lo que ya sabíamos, pero no queríamos admitir.

No estoy diciendo que no necesitemos a los demás. Pero, en mi caso, aquellas veces en las que nadie vino al rescate fueron las que más me moldearon. Me hicieron entender que mi propio instinto y mi capacidad para tomar decisiones son las herramientas más poderosas que tengo.

Así que hoy, cuando miro hacia atrás, agradezco esos silencios, esas manos no extendidas, esos consejos no dados. Porque gracias a ellos, encontré mi propio camino. Y lo mejor de todo es que me enseñaron una lección invaluable: la ayuda que más vale es la que nace desde dentro.
¿Miedo al compromiso o simplemente no tengo tiempo?

¡Ay no, ay no, no no, no. La verdad es que la soltería no es un castigo, es una elección, y no, no es que esté huyendo del compromiso ni que tenga miedo a enamorarme.

La realidad es más sencilla: ¡no tengo tiempo! Entre tres maestrías, mi carrera, mis hijos, mi perro, y todo lo que me apasiona, ¿en qué momento puedo meter a alguien más en mi vida? Me encanta compartir con mis amigos, esos cercanos que me llenan el alma. Ir de compras, pasar tiempo en casa, ver a mis hijos crecer y recibir el cariño de mi perro son momentos que me hacen sentir plena.

Esos son los amores de mi vida ahora mismo. No es que no me interese conocer a alguien, es que sinceramente no tengo espacio en mi agenda ni en mi mente para interactuar con alguien que esté fuera de mis intereses. ¡Es como pedirle a un avión que aterrice en una pista en construcción! He escuchado tantas veces: “pero deberías conocer a alguien, deberías darte una oportunidad”. Y yo solo pienso: "ay no, no no no", porque eso suena como una distracción que ahora no puedo permitirme.

Mi vida está llena, plena, y la energía que tengo prefiero usarla para seguir creciendo, disfrutando de lo que ya tengo y amando la libertad de hacer lo que quiero, cuando quiero.

Quizá en otro momento cambien las prioridades, pero por ahora, mi amor más grande es por mis proyectos, por lo que estoy construyendo y, por supuesto, por mi círculo más cercano. Y esa, señores, es una relación en la que no hay espacio para compromisos ajenos.

¿Por qué esperar un diagnóstico para ver a los amigos?

 

Hoy recibí una llamada de una amiga muy querida. No era una llamada cualquiera, era una de esas que marcan un antes y un después. Me pidió que la ayudara, no porque no tuviera opciones, sino porque solo confiaba en mí para hacerlo. El motivo de su confianza es uno que ninguna de nosotras esperaba: un diagnóstico de leucemia.

 

En ese momento me detuve a pensar cuántas veces posponemos un café, cuántas veces dejamos de lado un encuentro, y lo relegamos con un “luego te llamo” o un “la próxima semana nos vemos”. Vivimos en un mundo tan apresurado que olvidamos lo esencial: el tiempo compartido, las risas, los silencios cómplices, los momentos sin más propósito que estar juntos.

 

Nos hemos acostumbrado a encontrarnos en momentos duros, cuando las pruebas nos golpean de frente. ¿Por qué no podemos darnos el regalo de vernos cuando todo está bien, cuando aún hay salud y risas? ¿Por qué esperar un diagnóstico para retomar una amistad que nunca debimos dejar en pausa?

 

Hoy me propongo algo, y te lo propongo a ti también: no esperes a que las malas noticias sean la razón para volver a ver a tus amigos. Llámales, visítales, haz ese tiempo para que, cuando llegue cualquier tormenta, la base de su relación esté más firme que nunca.

 

Porque los amigos no solo están para las despedidas, ni para las malas noticias. Los amigos están para cada respiro, para cada paso, y para recordar que el cariño no entiende de diagnósticos. Solo de presencia.

 

Así que hoy, ve y abraza a los tuyos. Que las buenas noticias también se celebren en compañía.

Se rompieron mis zapatos

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En el ultimo  congreso en Santiago de los Caballeros, me veía impecable como siempre, cuidando cada detalle. Llevaba dos pares de zapatos para cada ocasión: unos elegantes stilettos en blanco perla para el día, y otros mostaza brillantes para la noche. La mañana fue un éxito. Todos me elogiaban los hermosos zapatos blancos, y yo me sentía segura, poderosa… hasta que uno de ellos decidió que su tiempo había llegado. Se rompió sin aviso, como una despedida inesperada. Respire profundo y con mis ojos llenos de temor decidí revisar y allí estaban, sí rotos y no solo el derecho, también el izquierdo.

 

Me tome unos segundos para analizar la situación y las opciones; salí disimuladamente hasta el parqueo del local busque en mi pequeña maleta que todos ustedes conocen y me los cambie por algo mas simple. No sacaba de mi mente el suceso, pero nada,  las charlas me envolvieron y me calme.

 

No importaba, me dije. A la cena con mi amigo y su pareja iría aún mejor, con esos stilettos mostaza que tanto adoraba. Al entrar al restaurante, noté las miradas de admiración de las mujeres, todas fijas en mis preciados Stilettos. Pero, justo en el momento más glorioso de la noche, sentí el fatídico crujido: el segundo par también me traicionó. Ahí estaba yo, con mis zapatos favoritos destrozados, víctima del desuso y el paso del tiempo. Me di cuenta de que, por más que los amara, su momento había pasado.

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Explote de la risa y comencé juntos  a mis amigos hacer bromas sobre mi desdichada fortuna con mis adorados zapatos.

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Al día siguiente, con una agenda llena de compromisos, decidí aceptar la realidad y me puse mis tenis blancos recién adquiridos. Eran sencillos, pero modernos, y con ellos me sentí tan cómoda como elegante. Para mi sorpresa, nuevamente recibí cumplidos, esta vez por mi estilo relajado y fresco. Tanto en persona como a través de mis redes sociales varios  me hacían comentarios sobre mi outfit: "que bien me veía, que chula la combinación de mi conjunto de animal print y mis tenis, que donde los compré".

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Todo salió super bien, disfrute el último día de congreso, me reí como hacia tiempo pues me reencontré con mis colegas Cibaeños, que como siempre son gente tan atenta y cariñosa. Llegó el momento de la despedida y camine a mi auto y cuando abro la puerta para ocuparlo, allí me encuentro en el asiento del pasajero, esos dos pares de zapatos listos para ser desechados. Dios,  como lo pensé, incluso busque el numero de una zapatería famosa de aquí de la capital que he llevado anteriormente una que otra pieza para ponerle las "tapitas", pero este no era un problema de tapitas, ya no daban para mas.

 

De verdad que sentí tristeza y melancolía, pero me llene de valor los agarre con amor como si fueran nuevos y junto con una botella de agua vacía y unos papeles de recibos innecesarios, me baje del auto y los tire en el zafacón que estaba en el parqueo,  volví a mi auto y me regrese a la capital. no les voy a negar que vine todo el camino con canciones de Anthony Rios pero lamentando tan hermosa perdida. 

 

Esa experiencia fue un recordatorio de que a veces nos aferramos a lo que ya no sirve, a lo que, aunque haya sido valioso en su momento, ha cumplido su propósito. Así como mis zapatos viejos, algunas cosas en la vida simplemente deben dejarse atrás. Es fácil sentir nostalgia por lo que fue, pero la verdadera resiliencia está en saber aceptar el cambio, en abrazar lo nuevo con la misma confianza que nos dio lo antiguo. 

 

Dejar atrás lo que ya no encaja en nuestro presente no significa perder algo, sino abrir espacio para lo que está por venir. Los tenis blancos eran una señal de que el confort y la modernidad podían coexistir con la elegancia. Así es en la vida: lo nuevo puede ser igual de valioso, o incluso mejor, si lo aceptamos con los brazos abiertos y la mente despejada del pasado.